Rudy Fernández ha llegado a un punto de su carrera en el que, a poco inspirado que esté, es casi imposible pararle. La expresión ‘a placer' encuentra pleno significado cuando decide buscar la canasta. Es, posiblemente, el único jugador que realmente responde milimétricamente al perfil de hombre que verdaderamente marque las diferencias, estrellas rutilantes que puedan llegar a emerger como los referentes inevitables de sus equipos y de la propia competición.
Está claro, Rudy es una estrella; no sólo por nivel de juego, también por actitud. Es ‘el hombre' a la hora de tomar decisiones y nunca rehúye la responsabilidad de cara al aro; más bien la busca. Le encanta ser el centro de atención en la pista y desatarse en las grandes ocasiones. La Copa es el marco ideal para él.
Se llevaban jugados dos minutos del partido de cuartos ante el Pamesa, sólo dos puntos en el casillero azulejero adornaban el marcador, y Rudy apenas había tocado balón. Con la posesión en poder de la Penya, el escolta verdinegro pegaba saltitos con los brazos en alto desde una esquina, pidiendo el cuero de manera infructuosa.
Podías sentir la angustia, sus incontenibles ganas por entrar en juego. Y te sorprendes sabiendo sin lugar a ningún género de dudas lo que va a suceder a continuación.
Rudy pierde la paciencia y se dirige directamente a buscar el balón a la frontal de aro, a la altura del triple. Por supuesto, ya no lo soltaría. Quedando allí mismo emparejado con Ruben Garcés en mismatch, el mallorquín examina sus opciones a siete metros del aro mientras bota el balón, y como quiera que el panameño le concede cierta distancia para prevenir una posible penetración, Rudy se levanta sin dudarlo para poner en práctica su letal tiro de larga distancia y abrir su espectacular cuenta anotadora.
Tan inevitable como efectivo. La estrella ejerciendo de tal y la grada del Buesa Arena rendida a sus pies.